De recluta a soldado

I

Coincidió Semana Santa, lo recuerdo por que desde la habitación del hotel, el Jaime III situado en la calle del mismo nombre, asomado a la ventana vi una procesión. Al hotel fui a cambiarme después de la Jura, a vestirme de “paisano”, los pantalones vaqueros me parecieron una maravilla, ¡cuanto tiempo hacia que no me ponía algo de color diferente al caqui.
Junto con mis padres y un tío hermano de mi madre, salimos del hotel y nos fuimos a buscar un lugar donde comer, finalizada la Jura salimos disparados del cuartel y no hubo ocasión de disfrutar del ágape.
Yo no conocía muchos sitios, realmente muy pocos y todos situados en la calle Apuntadores, así que hacia allí nos dirigimos.
El hotel estaba muy cerca, realmente solo tuvimos que dar un paseo por el Borne hasta enfilar la esquina con Apuntadores. Decidí llevarles a un pequeño bar que quedaba hacia la mitad de la calle. No recuerdo el nombre, solo que había que bajar unas pocas escaleras para acceder. Ya había estado en alguna ocasión picoteando en el lugar y me encantó un plato típico, el frito mallorquín. Esa asadurita de cordero con verduras, en aquel bar lo bordaban. Así que entramos y como ellos no sabían muy bien que pedir, decidí pedir yo el menú.

Por supuesto pedí el frito, que les encantó. Y mientras tanto nos prepararon un arros brut que quitaba el sentido. Maravillosa comida a la que yo en particular acompañe con sendas Damm. Después el café, una copita de yerbas y un pitillo.

Por cierto, ¿habré sido el único que el primer cigarro bien fumao delante de mis padres fue ese día?, seguro que no.

II

No sé si al resto de los compañeros les pasaría lo mismo, pero yo a veces deseaba que el día de la Jura de Bandera no llegara. No era por que la vida de recluta resultara especialmente emocionante, más bien era algo de miedo. Miedo a que llegara el día en el que tendríamos que salir a desfilar, a formar, a pasar delante de la bandera, a no saber si los nervios estarían lo suficientemente templados para no cometer errores. ¡Leches! Que la mayoría teníamos a nuestros familiares mirando, más bien observando, escrutando.

¿Cual es mi hijo?, no le veo. ¡Si es que van todos iguales! Parecía que sus murmullos podíamos oírlos como si al lado nuestro estuvieran.
¡A formaaaar!. Ese día no se utilizaba la coletilla ¡¡a la puta carrera!! -había civiles paseando-. Formación delante de la compañía, últimos consejos y...¡derecha!, ¡por la izquierda marchando de dos en fondo! ¡ARRRR! Ya no había marcha atrás, nos dirigíamos al lugar donde dejaríamos de ser unos simples reclutas y convertirnos en unos grandes bultarracos.

III

A pesar de llegar al CIR en pleno invierno, recuerdo unos días muy soleados y agradables. Pasadas esas primeras horas de incertidumbre, te empezabas a meter en tu nuevo papel, el de recluta. Tuve suerte, El furri de la 4ª compañía era paisano y me “colocó” de machaca del capitán; mis funciones: adecentar el despacho. Vaciar la papelera, un poco de “Pronto” y pasada de balleta, escobazo al suelo y listo.
Mientras el resto de la compañía ya había iniciado la sesión de gimnasia matutina, de la que me libre todos los días por mi condición de “chacha”. Me unía a ellos para dirigirnos al campo de instrucción y comenzar con los primeros pasos (y nunca mejor dicho viendo como nos movíamos en procesión).
Se podría decir que los primeros días se emplearon en conseguir que al menos cogiéramos el paso. Después ya se sabe: izquierda, derecha, alto, descanso, media vuelta, firmes. Vamos lo que viene siendo la “yenka”. ¡Rompan filas, einn! Y la hora del bocata, muy variado durante toda la estancia: sobrasada, quesito, foagrás. Pero después de estar oyendo gritos y ordenes durante unas horas, el sentarte a comerte el bollo de pan resultaba un momento gastronómico muy agradable.
¡Venga, que no estáis de vacaciones! Y vuelta a empezar. Ya quedaba menos para el almuerzo.

¡Vosotros 1, 2 y 3!, hala, a recoger. Al principio más de una vez me pillaron en cocina al ir a depositar las bandejas o platos. Los veteranos no perdían oportunidad de “pedirte” que hicieras otras actividades como salir a lavar las bandejas de los hornos a la pila situada en la parte de atrás, o pasar por los rodillos cientos de platos.
Y decía al principio, por que en cuanto te avispas un pelín ya sabías por donde entrar, dejar todo a la velocidad del rayo y escaquearte. Siempre había alguno más lento y ¡zas! Le pillaban.

Recuerdo algunas clases de teórica, que debí de suspender por que no me acuerdo de nada de lo que intentaron enseñarme. Llegaba la noche, cena, ratito de asueto y si no tenías imaginaria a dormir. Era curioso, lo último que oías al dormir era una corneta y también lo primero que se escuchaba al día siguiente.

Pasaron los días. Tiro y lanzamiento de granada, más instrucción, más teórica inaprendida, más platos, más cenas, más quesitos.

IV

Entrábamos en formación al lugar de la Jura. De reojo mirando a la grada por si veías a los tuyos y tratando de no perder de vista las marcas en el pavimento que te informaban por donde ibas y cual era tu sitio. Comenzó la ceremonia, unos “firmes”, “descanso”, no recuerdo bien si “rodilla en tierra” y de uno en uno a dirigirnos al lugar dónde nos esperaba la enseña.

Por la noche, embarque y rumbo a Valencia. Recuerdo estar apoyado en la barandilla del barco, con un cigarro encendido y mirando el horizonte estrellado. No se a vuelto a repetir la misma sensación.

Tal vez fuera por que ya era soldado.