Getafe-Palma, la odisea para ser recluta

Año 1978 Getafe, pueblo obrero por excelencia de la zona sur de Madrid, empezaba o mejor dicho empezábamos los chavales de 17 años a descubrir muchas cosas que nos rodeaban. Paco hacia poco que presidía el Valle de los Caídos, los obreros otrora oprimidos empezaban a exigir sus derechos: Manifestaciones, huelgas, paros…
Y yo ya andaba metido en reivindicaciones exigiendo la mayoría de edad a los 18 (en aquel momento ésta eran a los veintiuno). Empezaba a “colarme” en las discotecas, conocía chavalas que de ninguna otra manera podía tan siquiera acceder a ellas, hice mi primer viaje a Londres y descubrí toda la música del universo. Era increíble.
Y llegó el momento de entrar en lo que se denominaba “en caja”. Se acercaba el día, y un buen vecino, ex militar, se ofreció a interceder por mi para conseguir un buen destino cerca de casa. Mi respuesta fue clara: no quiero Madrid, que me toque dónde sea.

Y es que esa era mi idea, conocer nuevos lugares, personas y sobre todo abandonar el nido. Quería conocerme, saber hasta dónde podría aguantar sin estar bajo la sombra de los padres. Ni siquiera me interesaba el sorteo. Me enteré del destino por que el mismo vecino se preocupó de ello y al enterarme puedo asegurar que la alegría fue enorme.

Palma, una isla, que para mi se antojaba paradisíaca. Esteso y Pajares nos enseñaron lo que molaba la costa, la juerga, las guiris, en fin que me alegré que éste hubiera sido el lugar que la suerte me deparó.

La verdad no tengo un recuerdo nítido de lo que ocurrió hasta el momento de la partida. Y ese fue día de nervios, de dudas -¿habría hecho bien en no aceptar el enchufe?- , ¿qué pasará?
Imagino que como en todas las casas, ese día fue de los peores para la madre. Creo que para ellas, el hecho de no tener a su hijo, su primogénito, a la sombra de sus alas fue bastante duro. Yo trataba de animarla, al fin del cabo me iba contento, feliz. Me dirigía, en aquel momento, a lo desconocido. Y me apetecía.

Mi padre me acompañó hasta la estación de Chamartín, con mi petate lleno de sueños. Subí al tren. Los vagones para el transporte de reclutas se situaban al final del convoy. Busqué mi asiento y ya empezó un poco el lío. Gente de Parla, Fuenlabrada, Leganés, vamos de todo el cinturón rojo de Madrid. Macarras, jevis, peritas, todos iguales a partir de ese momento.

Asomados a las ventanillas del tren, nos despedíamos de los familiares que quedaban en el andén de la estación. Recuerdo la cara de mi padre y no sabría definir si en su gesto predominaba la tristeza o el orgullo, incluso algo de alegría. O tal vez un compendio de todo.

Partía el tren rumbo a Valencia. El viaje fue de lo más animado, había buen ambiente entre los chavales que nos disponíamos a cambiar de vida al menos unos meses. Curiosamente, no recuerdo absolutamente a nadie de ese viaje, creo que en ese momento aún no se había asimilado el cambio que se iba a producir y más parecía una excursión a las Fallas.

Algo de repelús si empecé a sentir cuando al llegar a la estación de Valencia soldados y PM nos estaban esperando. Intentaron que formáramos antes de subir a los camiones que nos llevarían al puerto, tarea, en esos momentos, harto imposible.
Una vez en la caja del camión, un par de soldados desde el estribo “se ofrecieron” a pasar la gorra para recoger dinero, según ellos algo habitual. Lo que estos soldados no sabían que dentro íbamos “gente recia del sur”, vamos acostumbrados a pegarse con los del barrio de al lado o con los del pueblo vecino. Y claro, cuatro o cinco de nosotros se pusieron en pie y muy amablemente les invitaron a bajarse con unas dulces palabras como: me paso yo la gorra por el arco el triunfo (no fueron precisamente estas palabras); como pases no sales, iros a tomar...
La cara de los soldados era todo un poema.

La llegada al puerto, el embarque, la travesía, la llegada a Palma, el traslado al CIR, todo ha quedado difuminado en la memoria. Supongo que algún día, tal vez, recuerde algo de esos momentos.

Llegamos al CIR, bajamos de los camiones y un nuevo intento de formación.

Comenzaba la aventura.